martes, 11 de octubre de 2005

Jorge Franco Ramos


Es escritor colombiano. Fue miembro del Taller Literario de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín que dirigió Manuel Mejía Vallejo, del Taller de Escritores de la Universidad Central y realizó estudios de Literatura en la Universidad Javeriana. Ganó el Concurso Nacional de Narrativa Pedro Gómez Valderrama con el libro de cuentos Maldito amor (Editorial Universidad Central, 1996). Obtuvo el primer premio en el XIV Concurso Nacional de Novela Ciudad de Pereira con la novela Mala noche (Plaza & Janés, 1997) y con esta misma obra fue finalista del Premio Nacional de Novela de Colcultura.




Su novela Rosario Tijeras (Plaza & Janés, Norma, 1999), ganó la Beca Nacional de Novela del Ministerio de Cultura, ha sido editada en toda hispanoamérica, traducida a varios idiomas y llevada al cine por el director mexicano Emilio Maillé. En el 2001 Publicó Paraíso Travel, su más reciente novela.

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LA VENGANZA DE MIRANDA LORENZO (1)
(FRAGMENTO)

«Yo maté a todos mis amores de mierda porque me hicieron sufrir», le dijo al juez con la mirada clavada Miranda Lorenzo. «Comencé muy niña, sin saber lo que amor y muerte significaban, pero dolida en el alma y aniquilada por no poder dormir».
—¿Me puedo sentar? —preguntó la acusada y el juez asintió.
—Vuelva a comenzar por favor.
—Que los maté a todos. Los que me sedujeron, los que me enamoraron, los que me traicionaron...
—No, no —la interrumpió el juez—. Comience desde el principio.
«Yo, Miranda Lorenzo, de treinta y seis años aunque parezca de cien, vecina de esta ciudad, hija única de Pascual y Leonor. Yo, Miranda Lorenzo, sobrado de la vida, vómito de Dios, me acuso ante usted, ante todos, ante el Creador que me ha olvidado, me acuso de haber matado a todos aquellos, que por amor o no, me llevaron a ser lo que ahora soy».
—Mirá Miranda —me dijo Jeremías cuando llegó a mi fiesta de cumpleaños.
—¿Cuándo fue eso? —preguntó el juez.
—Estaba cumpliendo nueve años —contestó.
—Mirá Miranda —me dijo enseñándome un pequeño maletín con equipo médico y luego más bajito me propuso: Vamos a jugar a los doctores.
—¿Quién era Jeremías?
—Mi primo Jeremías. Fue el primer amor que maté.
«Yo estaba enamorada de él señor juez. Esa tarde me hizo quitar la ropa para estrenar su juguete. Era un regalo que me traía pero fue él quien lo usó. No hubo ningún instrumento que no utilizara ni parte de mi cuerpo que se quedara sin examen. Sentí que desde el momento que me desnudé ya le pertenecía. No pude volver a hablar desde el instante en que mi primo puso el estetoscopio en mi pecho, tratando de encontrarme el corazón».
—¿Somos novios?—le pregunté.
—Ahora sí que estás enferma, Miranda —me contestó.
«Me despertaba todas las noches, sobresaltada, poseída, angustiada por una pesadilla en la que Dios me castigaba mientras mi primo se reía a carcajadas, y con un estetoscopio gigante me tocaba por las mismas partes que aquella tarde me tocó. Todas las noches la misma pesadilla. Me estaba volviendo loca. Mis padres no entendían».
—Hay que llevarla al médico —dijo mi madre.
—Ya la hemos llevado seis veces —dijo mi padre—. No tiene nada, ya se le pasará.
«Tomé la determinación de no volver a dormir. No volví a dormir ni de noche ni de día. Me pasaba todas las noches mirando al techo o caminando por el cuarto para que el sueño no me venciera. Me daba miedo cerrar los ojos hasta para parpadear. Todas las mañanas me levantaba con un temblor en las manos que no me dejaba amarrarme los zapatos, y con unas ojeras que parecían trompadas de boxeador. ¿Ya le conté que también maté al boxeador?».
—Pero su primo, ¿qué pasó con su primo? —insistió el juez—, ¿por qué lo mató?
—Por culpa de él y de Rosita Martelo —contestó Miranda—. A ella también la maté.
«Seguí teniendo relaciones a escondidas con mi primo. No me quedó rastro de inocencia. Parecía una putica de esas que mi mamá me prohibía mirar. El desvelo me secó la carne, me retrasó el crecimiento. Jeremías me visitaba cada vez menos. Me miré al espejo y entendí porqué, pero pronto descubrí un nuevo ingrediente que agravaba su desprecio. Rosita Martelo, la sensación de toda la primaria, nueva en el colegio, hija de una reina de no sé qué cosa. Mi primo se enloqueció por ella y me dejó herida y sola en medio del asco y el desvelo».
—¡Qué horror! —gritó mi madre—. Ha muerto Rosita Martelo.
—¡No puede ser! —gritó mi padre—. ¿Cómo pudo ser?
—Misteriosamente —dijo mi madre—. Se intoxicó con veneno para ratas.«La muerte de Rosita destruyó a mi primo. No volvió a salir ni a verme. Entonces me di cuenta que hasta los muertos estorbaban. Conocí la tremenda desilusión de la amante abandonada. Quise que Rosita Martelo se estuviera achicharrando en el hueco más hondo de los infiernos. Me llené de ira y odio. Me le aparecí de sorpresa a mi primo Jeremías, quería, necesitaba recuperarlo, él era mi dueño, él era mi solución. Me metí a su cuarto y cuando llegó me encontró desnuda, esperándolo, suplicándole con una sonrisa inútil que tomara lo que Dios había hecho para él».
—Te desprecio Miranda Lorenzo —dijo mi primo, muy despacio—. Me arrepiento de todo lo que hemos hecho. Me repugna tu presencia. Por favor no vuelvas a buscarme.
«No le dije nada Señor Juez. Ni siquiera lo miré. Todo lo que escuché me lo tragué entero, sin un sí ni un no, ni un porqué, ni una sola súplica. No lloré ni maldije. Me vestí sin afán, pensando con cuidado lo que tenía que hacer, lo que hice, lo que usted ya sabe. Esa misma noche, cuando lo llamaron a comer, encontraron a mi primo Jeremías Lorenzo en la ducha, colgando de su estetoscopio».
—¿Le pasa algo? —preguntó el abogado.
—Nada —dijo ella —. Sólo que me canso al recordar.

(1) En: FRANCO RAMOS, Jorge Maldito amor, Ediciones Universidad Central, Bogotá, 1996.

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