RESEÑA
Otras esquinas (Relatos)
de Jairo Restrepo Galeano
Ibagué: Caza de Libros – Club de Lectores,
2011
85 págs.
Al vagabundear por Otras Esquinas el
lector se siente avanzar entre parpadeos: cada vez que sus ojos se abren y
cierran, una poderosa imagen se desliza. A veces esa imagen es fantasmagórica,
tenebrosa; a veces real, bella, erótica; a veces analítica y crítica de la
sociedad. Sin embargo cada parpadeo es un largo abrir, observar-detallar el
mundo, para luego dejar venir la oscuridad del final del parpadeo.
Tal
vez la estructura de relatos cortos, algunos mínimos, otros mucho más extensos
y descriptivos, hace tener la sensación de movilidad continua, de vagabundeo. No
obstante, el ritmo, la cadencia del lenguaje, mantiene al lector allí intentando
descubrir y entender el arte de observar que Restrepo Galeano propone. Porque Otras
Esquinas es una observación detenida que insiste en descubrir fragmentos en
el mundo. A veces esta mirada pretende entender dicho mundo, lo que sucede en
él; a veces simplemente se conforma con mostrarlo para que así el lector
complemente con su propia imaginación, su experiencia y sus sensaciones dicho universo
aún en construcción.
La
mirada de Restrepo Galeano, por otro lado, varía con frecuencia en estos
relatos. No es una mirada extática y plana, sino que tiene diversos matices. Y
así como cambia de relato a relato, en la obra algunos relatos guardan
elementos en común y que, por lo tanto, el lector puede entender un grupo de
relatos como un todo, o como momentos específicos dentro de la obra.
En
primera instancia, se percibe un primer grupo de relatos, sobre todo al inicio
del texto, que son muy cercanos a lo rural y a lo oral. En relatos como “La
Patasola”, “El cielo y su virilidad”, “Los espacios del hambre” “El qué de la
señora Raña”, “Tropel de inquisidores”, entre otros, se descubre un tono que
tiene que ver con la leyenda, con la identificación de un misterio que puede
ser inexplicable pero que se enraíza en la cultura, en la visión del mundo de
una región. Dicha región puede ser el Tolima, que en diversas ocasiones se nombra
como escenario de los acontecimientos, y que enfatiza la particular relación de
los individuos con sus lugares y en la comprensión del mundo desde el espacio
no urbano.
En
estos primeros relatos también hay una marca sólida de la oralidad. Se hace
evidente en algunos de los ya nombrados relatos, y también en otros que
presentan personajes cotidianos, soñadores que intentan comprender la vida
misma. Particularmente, los relatos de José Mercedes son historias en las que
un narrador, o mejor, relator, se sorprende con la mirada sencilla de un
campesino que con breves pensamientos, acaso ingenuos, traspone la realidad y
elabora una imagen poética del sol y la luna. Las palabras del campesino, asimismo,
contrastan con la mirada analítica de este relator que se sorprende y
conceptualiza la belleza sencilla de las ideas de José Mercedes.
En
esta primera parte del libro, igualmente, están un segundo grupo al que se le
podría denominar relatos de amistad. “Divertimento”, “Encuentro”, “Quique y su
enfermedad de querer” son relatos en los que predomina el sentimiento de
camaradería, de confianza, de compartir los silencios, los deseos con aquellos
amigos que se hacen fundamentales en la presencia del narrador. Se siente en
este grupo de textos una especie de nostalgia por aquellos primeros amigos de
juventud con quienes se apuesta la atención de una mujer y que el que pierda
dicha apuesta pone en riesgo la posibilidad de fumar y de leer. O, en otros,
esos amigos ya mayores, no tan jóvenes como los de “Divertimento”, sufren sus
dilemas maritales, sus confusiones, sus contradicciones y que buscan un oído y
un hombro para que éste les ayude a comprender y comprenderse, como en el caso
del relato “Quique y su enfermedad en el querer”. En estos relatos hay una
cálida cercanía del narrador-relator quien con sutileza declara el afecto por
esos amigos, amigos tal vez perdidos en el pasado.
En
esta absurda clasificación propuesta en esta reseña, están esos relatos en los
que la observación se convierte en imaginación y acaso fantasma que va
invadiendo la mirada del observador. Es el caso de “Cuerpo del deseo” y
“Alguien anda por ahí”. En el primero la sombra de una hamaca parece anteceder
a la transformación de una mujer; en el segundo parece haber un misterio, un
silencio que parece desdoblar algo en el aire, algo que el relator percibe con
sus sentidos pero que no quisiera explicar.
Varios
de estos textos que componen la primera parte del libro comprenden ante todo
una intención poética, la creación de una imagen que se sostiene y queda
grabada en breve. Estos relatos recuerdan postales. También hacen rememorar a
Kawabata con sus Historias en la palma de la mano, breves estampas en
los que, en principio, lo escrito debe caber apenas en la palma de la propia
mano y, entonces, la poesía se amalgama con la prosa, sin llegar a un
desarrollo extenso ni a un conflicto, como bien se definiría la idea del
relato.
Un
segundo momento de la obra sucede cuando la presencia humana, con su
hostilidad, con sus enojos y sus absurdos se hace más contundente. Entonces los
relatos presentan extrañas escenas que amenazan con lo absurdo desbordante (“Desocuparse”
y “El señor de las moscas”), la ensoñación (“Sin nombre”), en donde aquel
primer tono cálido y rural casi va desapareciendo para irnos llevando hacia
otro destino, que no es necesariamente la ciudad aunque surja la urbe como
escenario en algunas ocasiones, y a otro estado anímico.
Es
entonces cuando los relatos se hacen más extensos, densos, inquietantes.
Tenemos textos que se acercan casi al ensayo como “De la risa y otras
dignidades” en las que el observador se ríe de un borracho que intenta ponerse
en pie y que sus constantes caídas hacen reflexionar al observador sobre su subjetividad,
sobre qué lo hace humano y sobre la misma risa; o el inquietante texto “Propuestas
que quitan la luz”, en el que hay un diálogo entre un médico y su paciente
sobre cómo mejorar la sociedad a través del control natal de los pobres, un
texto que recuerda al descarado Gog de Papini, y que termina con una reflexión
sociológica.
En
esta parte final también aparecen ecos Kafkianos en “El condenado” y tal vez un
recuerdo de Italo Calvino en “Funebria”, historia de aquel lector que si deja
de leer viviría entre tumbas. Estos episodios tan cercanos a la metaliteratura
se cierran con “Ficción más que realidad” en donde ya vemos una preocupación
por la literatura, el escritor y el fenómeno de la ficción. Aunque, es propicio
mencionar, esta reflexión no es exclusiva de esta segunda parte del libro: en
diversos relatos anteriores la literatura y la historia aparecen con frecuencia
como referentes, se hablan del lector, de sus lecturas y de lo que aportan a la
propia experiencia de los personajes. Sin embargo, en estos cuentos la
presencia y reflexión sobre la creación y la ficción se hacen elocuentes, se
vuelven el tema central.
Un
cuerpo diferente crean los dos textos “Pliegues de soledad” y “Príapica”, escritos
que parecen ser dos vértices de la misma esquina. En el primero tenemos a una
vieja vouyerista que se esconde tras una cortina a ver una pareja tener
relaciones sexuales mientras su deseo se reprime por una historia familiar y
personal agobiante; mientras que en “Príapica” (como referencia a Príapo, dios
de la fertilidad) un hombre, quien parece ser el mismo hombre que está allá en
la otra ventana que ve la vieja del relato anterior, cuenta detalladamente una
escena sexual apasionada: mientras desnuda a Mirna y cópula con ella, ve cómo
aquella vieja los observa, escondida tras las cortinas, y él intenta explicar
por qué aquella mujer no puede parar de verlos. La correspondencia entre los
dos relatos, en los que el lenguaje crea atmósferas densas y excitantes,
permite ver desde dos miradas un hecho y cómo se podría percibir una acción desde
diferentes puntos de vista. Esta correspondencia también ayuda a sustentar que
en Otras esquinas a Restrepo Galeano le interesa hablar de aquella
mirada que permite entender el mundo y tal vez entendernos, al observar somos
observados, al observar nos comprendemos un poco.
Un
comentario aparte merece el cuento, “Memoria de la casa”. El texto consiste en
cómo un hombre ve a su padre llegar a visitarlo a su casa, en una zona rural, y
allí el narrador personaje, el hijo que aguarda junto a su esposa Carmiña a que
el padre se adentre, ve a ese hombre mayor quien le resulta extraño en el
recuerdo por sus complejas relaciones del pasado. Desde la voz del narrador,
parece que el padre intenta reconstruir con su mirada una casa que no existe
pues se la llevó la avalancha de Armero. Este cuento es uno de los más
contundentes de todo el libro, se percibe el dolor de los dos hombres, el hijo
que se siente desdeñado por el padre; el viejo que no tiene su casa. Y mucho
más interesante es cómo esa distancia y dolores, de alguna manera, les permite
a los dos hombres acercarse. El tono, la delicada elaboración de los diálogos y
el concepto de la historia se apartan de las otras narrativas, y por eso se
puede considerar un punto aparte en el conjunto de la obra.
Finalmente,
no se puede pasar por alto que en la obra de Restrerpo Galeano hay un trabajo
constante con el lenguaje: hay búsquedas, hay elaboración de frases de manera
artesanal, trabajo que ahora se encuentra casi perdido en mucha de la narrativa
colombiana. De otro lado, la presencia de la naturaleza (el mar, los árboles,
el otono, lagartos, flores, ríos, aves, el calor, el sol, la luna) es un
componente determinante en la obra de Restrepo Galeano, genera no solo una
atmósfera y un ambiente sino que permite que la contemplación descrita sea
mucho más elaborada.
La
obra de Jairo Restrepo Galeano permite acercarse por breves instantes a mundos
poderosos, intensos a veces, leves y efímeros en otras, pero en donde la
observación y la provocación a los sentidos juegan un papel primordial. Otras
esquinas es la posibilidad de la contemplación.
Por
Camilo Castillorojo
(Lector
y escritor)
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