
“No escribir es una condena”
Este boyacense delgado, moreno y alto, reparte su tiempo entre clases universitarias, el cuidado de sus cuatro hijos, la construcción de una casa en el campo, su familia, sus estudiantes y la escritura. En su apariencia se nota su preocupación por los temas de la vida cotidiana. Es una persona seria, y aunque su físico muestre a un hombre duro, un tanto estresado y frío, su poesía devela a un Juan Malaver tierno, sensible, amoroso y con grandes inquietudes literarias.Como muchos escritores que no se han podido acostumbrar al desarrollo de la tecnología y la aparición de los computadores, Malaver escribe a mano “uno valora un espacio en blanco, me gusta esa costumbre de llenarlos a mano” dice, con los ojos clavados en las yemas de sus dedos uniendo las manos, como jugando con ellas.Malaver es Licenciado en Lingüística y Literatura de la Universidad Distrital, Magíster en Literatura de la Universidad Javeriana y actualmente se desempeña como profesor del Departamento de Humanidades y Letras de la Universidad Central. Confiesa que se inclina más por la poesía que por la narrativa, y lo justifica diciendo: “la poesía permite ser uno mismo en un instante”, aunque aclara que trata de empatarla con la narrativa, pues considera que tiene la responsabilidad de no dejar de lado ninguno de los dos géneros.Dice que siempre tuvo claro el oficio de la escritura, pero escribe seriamente, como proyecto de vida desde hace 13 años; proyecto que le ha traído muchas satisfacciones: ganó el primer lugar en el Concurso de poesía Universidad Distrital en 1995, finalista en el Concurso de Poesía Universidad Externado de Colombia (1995), E igualmente por Colombia en el Concurso Internacional de Cuento “La Felguera” en España (1996). Obtuvo el primer puesto en el VII Concurso Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia (2001), entre otras distinciones. Con El octavo día, ganó el primer lugar en el Concurso de Poesía CEAB-ICBA (2001). Para Juan Antonio esos premios y distinciones son “impulso, energía, reconocimiento a una labor solitaria y tremendamente ardua”, dice.En la escritura, le interesa el tema de la soledad, la carne, la distancia, los ojos. A pesar de que no tiene disciplina para este oficio, cuando no lo ejerce, agrega que “es como una condena, porque hay un vacío de lo que no se hizo”.Producto de esa dedicación y sacrificio de tiempo con su familia, Malaver tiene listos un libro de cuentos de género negro, otro para niños, una colección de más de 30 cuentos para adultos y tres libros de poesía. Escribe –como él mismo dice- desde lo más tierno hasta lo más sórdido, por ese sentimiento de trascendencia que percibe de la literatura y con el que seguirá viviendo hasta que le llegue su Octavo día.
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El Octavo día:La firme espera de un poeta Malaver Rodríguez, Juan Antonio. El octavo día.Tunja: Consejo Editorial de Autores Boyacenses, 2001.
Por: Zulma Martínez PreciadoDocente del Departamento de Humanidades y Letras
Con Juan Malaver la palabra escrita deambula en paisajes inhóspitos de vida, miradas fantasmagóricas de jóvenes y viejos reticentes al olvido; naturalezas que dignifican sueños, incluso humanos placeres de un primer amor; viajes que describen el sentir de Odiseo, y mundos sobrenaturales (equiparables a los descritos por Juan Rulfo) que martillan la conciencia de quien frente a espejos y ventanas espera un octavo día.El mundo de tiempo en tiempo exige ser descrito y para ello escoge extasiar bajo la tormenta a hombres como Juan, ese "dadivoso niño moreno” que primero en el campo y luego en la ciudad construye cantos de esperanza, recuerdo y orfandad; mano de Adonis que traza lugares hechos música a partir del corazón, los ojos y la razón; por eso sus imágenes y metáforas llenas de belleza, crueldad y bondad son pensadas, añoradas y amadas.Y si el mundo exige ser narrado éste hijo "el cuarto de Olga y José Abel" lo muestra tal cual es: no importa si es de intrigas, de encrucijadas o de pequeños andantes quijotescos que luchan entre Vados diabólicos y Tópagas beatas, siempre conspirando ante cualquier barón que como Calvino almidona su blanca camisa, sinónimo de incorruptibilidad.¿No es acaso éste un homenaje a Ovidio, a Luis Alejandro o esa imagen que en In memoriam perdona el resentimiento del amigo Arturo? y ¿qué decir de la dedicatoria a ese gran poeta de la vida y del amor que en “El Saceño” pone todo su ser?A través de éste libro (Premio de Poesía CEAB en 1999) -que se impregna de campo, de ambientes espectrales, de recuerdos infantiles marcados por cansancios prematuros, de viajes y partidas, de calles empolvadas matizadas por el sol de los venados y de los sabores propios del silencio, la soledad y la muerte- puede vislumbrarse la propia imagen del poeta...un hombre de ojos "aparentemente huraños”, que en verdad albergan una infinita ternura, cuya sensibilidad terrígena, sinfonía de olores, colores y sonidos naturales se decanta en el ambiente citadino: en este mundo hecho de cercas, hecho de lenguas que aparentan. Sí el poeta es egoísta, sí, el poeta no compra amistad, él se da como la vida y juega a ser amado o despreciado para siempre.El octavo día no puede ser más, sino aquél en el cual nuestras mejores galas justifican sonrisas vencedoras de miserias y soledades que renunciaron a mendigar pedazos de besos hechos amor. Hoy San Gabriel deja el miedo peregrino; ya no es cuero, ni camino a la riqueza, está simplemente como templo arquitectónico donde la lírica esculpió recuerdos nostálgicos de aquel que lloró, rió y se embriagó.
