
"Se necesita tiempo para madurar"Con una honestidad espontánea, Miguel Ángel Manrique acepta que antes tenía la prisa del escritor, mientras le da a su pequeño Alejandro de 11 meses de edad, un plato de carne con arroz cucharada tras cucharada. El pequeño, que vive sumergido en una laguna de sonrisas, mira a su papá con cara de no entender, cuando él dice que hay que perder el romanticismo.
Alejandro apenas entiende que su papá era un romántico, pero ya tiene en su biblioteca privada un libro de su padre.Manrique publicó por su cuenta su primer libro de cuentos el año anterior, desde cuando se dio cuenta que escribir historias era “chévere”. “La mirada enferma” es una compilación de 7 cuentos. La edición en 500 ejemplares le significó al escritor $12 millones de pesos y afirma que hay que “mostrar para que un escritor cuaje”. En 1987 formó parte del Taller de Escritores Universidad Central, demostrando desde muy joven su inquietud por las letras. Tiene claro que la literatura comprende a los editoriales, los escritores, los eventos, pero que el secreto es la disciplina y la constancia.Justamente, en el pequeño estudio donde dedica sus horas a una novela, a varios cuentos, y a su trabajo; tiene pegado con cinta pegante en la pared, un horario que resalta con colores sus actividades diarias, donde reparte sus clases en la Universidad Externado de Colombia, las actividades familiares y su compromiso como escritor dedicado y perseverante.
Tiene dentro de un cajón desde hace mucho tiempo un libro de poesía listo para publicar.Como creador de historias, Manrique afirma que desmitificó que la literatura es una expresión elevada del espíritu; considera que como escritor no hay un misterio oculto que nos se pueda aprender; sus personajes se crean de una mezcla de características de muchas personas que conoce y dice que no son estereotipos.Afirma que se inclina por lo que conoce y que cada escritor tiene una concepción muy personal del mundo, reconoce que las historias están en todas partes, y asegura que un escritor es aquel que escribe y que este oficio es una labor solitaria.Manrique esta buscando escribir algo “chévere” y está en la búsqueda. Escribe para los lectores porque considera que hay que decir algo, pero no es pretencioso.Regresa de la habitación de Alejandro y le acerca unos juguetes, los pone con cuidado sobre el sofá para el niño de la sonrisa eterna juegue y remata: “Hay una madurez que llega. Ahora todo va poco a poco”.
_______________________________
Manrique Ochoa Miguel Ángel. (2005). La mirada enferma. Bogotá: Taller de Edición
Cuando Miguel Ángel quiere vestirse de Caribe, no le queda más que hacer del morrión celada, se monta en su pantalón rojo, sale a la lluvia y empieza su travesía de andante caballero de las palabras, con los estudiantes, con los amigos, con la escritura. Este ejercicio de narrador le viene de tiempo atrás, de sus años mozos, de su tiempo en la Universidad Nacional -cuando le enseñaban la omnisapiente rigurosidad del “crítico”-, de la época de la “conciencia del ser latinoamericano” por aquello de ser “Sudaca” en Barcelona, de su educación sentimental, de su actual condición amorosa; en fin, nació con la mirada estrábica hace 39 años en El Carmen de Bolívar y desde entonces no ha hecho otra cosa que ver el mundo a través de la literatura. A los 20 años se inscribió en el Taller de Escritores de la Universidad Central, ya lo tenía más que claro ¡Iba a ser escritor! Luego se fue a probar el mundo, llegó sólo hasta el Viejo y regresó cargado de historias. Actualmente le hace trampas no a la fe sino a la Academia, a las montañas de Gabriela, a la fotosíntesis de Alejandro, a los impulsos dionisiacos de los amigos y escribe para tejer relatos como estos de La mirada enferma.La lección de Flaubert: “Saber escribir lo mediocre” ha sido bien asimilada por Miguel Ángel para descubrirnos con las palabras lo excepcional en lo ordinario.
En su texto encontramos una narración limpia, sin artificios de la técnica, sin que se evidencie el oficio del escritor, sin que los juegos con las formas de la narración se sientan como recursos formales, logrando que la historia prevalezca por encima del andamiaje de las palabras. Este libro es heredero, palimpsesto, de otro conjunto de narraciones presentados por Miguel bajo el mismo título al Premio Nacional de Cuento en 1998. Aunque fue seleccionado como finalista, de ese conjunto en la presente edición sólo han sobrevivido corregidos “La mirada enferma”, “La canción del consumo”, “El condón: instrucciones de uso”. De ese mismo periodo, cuando con la fe de carbonero enviaba sus textos a los concursos es Confesiones de un mutante; libro de cuentos que obtuvo Mención de Honor en el Premio Nacional de cuento Ciudad de Bogotá en 2002.
Entonces, La mirada enferma en la versión actual es la primera edición, sin ser y siendo “opera prima” de este temprano contador de historias. La mirada enferma recoge 7 cuentos largos -algunos con aspiraciones de novela corta, pero cuyo autor supo contener en el relato breve- que dialogan en torno a la condición humana, pero sobre todo al hombre y la mujer del común, “just the ordinary people”.Como lectora crédula he buscado que los textos narrativos obren la magia de trasportarme al mundo ficcional que se me ofrece, que el pacto ficcional tácito sea cumplido por las dos partes, sin que ninguno de los dos viole los límites de lo verosímil en ese mundo compartido. Hoy en día muchos narradores nos dan a los lectores en exceso, “nos ubican en contexto” – ha de ser por aquello de “saber hacer en contexto”-, yo creo que nos consideran lectores pasivos, lectores perezosos, en el mejor de los casos videolectores, en el peor ignorantes; y, para estar seguros de que la intención estética es clara para nosotros, ellos nos lo presentan todo, nos lo explican todo, no guardan silencio para que completemos el sentido, se borra la ambigüedad, por ello, no dejan vacíos para que los sentidos se bifurquen. Miguel Ángel no suele caer en el exceso informativo, salvo un poco en el cuento “La mirada enferma”, del cual hablaré luego; al contrario, nos va construyendo la historia de tal forma que cuando llegamos al clímax del relato quedamos con la agridulce sensación del hara kiri involuntario al que nos ha llevado el narrador.“La claraboya” es el relato en primera persona de un hombre al que han secuestrado por error “Lo único que hice a lo largo de mis treinta y cinco años fue trabajar como un burro, ahorrar como una vieja avara e invertir guiado por los consejos de mi profesor de finanzas de la universidad.” (Manrique, 2005, pp.11-12). El tiempo de la narración es el presente de la historia.
Asistimos, pues casi a un monólogo, más cercano al discurrir de la conciencia del personaje en torno a los dos años de cautiverio, sus condiciones de vida, su aislamiento, sus temores, sus añoranzas, sus soliloquios; al final, la salida del hueco, de la claraboya, aún no entiendo a qué ¿a morir? ¿A la libertad? ¿A un nuevo cautiverio? En el segundo cuento, “Taxi”, el juego es entre la primera y la tercera persona en la narración. La primera persona nos deja conocer lo que piensa el personaje principal, la tercera nos lleva a través de las situaciones y los diálogos. Parece una narración clásica, de la tradicional en el siglo XIX y, sin embargo, nos imbuimos en un entramado policiaco con un final de relato negro ¿la historia? Uno de los tantos paseos millonarios nocturnos en Bogotá. El tercer cuento, “La mirada enferma” trae consigo una interesante teoría literaria de un profesor que ha perdido la creencia en la literatura y sólo le queda la amargura “-Es como ver las cosas en un espejo roto ¿Alguna vez se han visto la cara en uno?, pues deberían hacerlo, porque no sólo van a verla graciosa sino destruida, deforme.” (Manrique, 2005, pp. 45); “Ah, los humanistas, jóvenes, los humanistas, como Sastre y tantos otros enfermos, se dedican a distorsionar la realidad.” (Manrique, 2005, pp.46). Todo el cuento es un delicioso hara Kiri en mi condición de profesora de literatura que linda entre la mirada estrábica y el desencanto; no obstante es en este mismo en donde me siento incómoda, el pacto narrativo se ha roto en la página 36, cuando me explica demás y me saca del relato ¿para qué tanto énfasis en la aclaración de lo que un colegio de garaje es?Aunque en los relatos anteriores el amor se ha hecho presente de alguna manera, los cuatro cuentos siguientes giran en torno a historias que más parecen desencuentros amorosos: “en este mundo en este tiempo”, las tragedias amorosas de los ordinary people. En el cuarto relato “Canción del consumo”, el cuento adquiere un cierto tono intimista en el estilo indirecto libre que le permite al narrador ir y venir entre el personaje central, los diálogos y la tercera persona. El cuento es un hermoso y desgarrador homenaje a la imagen: al cine, a la televisión, a las tiras cómicas, a las series norteamericanas, en fin, al consumo, pero también es un juego con la cotidianidad amorosa, un desnudamiento de la convivencia, un ver con el espejo roto la vida en pareja, una iluminación del día a día que va ensanchando un abismo entre dos que insisten en estar juntos ¿Por costumbre? En el quinto cuento me he detenido con especial divertimento, “Mozambique” es un sardónico relato de la vida de uno de los tantos poetas empíricos de nuestro país –Alguien lisonjero dijo que “Colombia era un país de poetas”, desde entonces y siempre han pululado los poetas “primitivos” en las esquinas, en las calles, en los cafés, en las escuelas, en nuestras casas…-; este cuento es definitivamente una negra versión quijotesca del poeta “natural”; parodia divertida y juguetona aún en el apellido: Ochoa de Miguel, Otxoa de Virgilio. Entre el amor a Lisi, el exceso de Neruda y una dosis exagerada de Marihuana, Virgilio Otxoa buscó a Mozambique y encontró su obra Veinte poemas desesperados y otra canción de amor.Igual de sardónico se me acoge el sexto cuento “Click”. Como una novela de la radio o de la televisión, como un bolero de Daniel Santos, como una balada romántica de Mary Trini, vamos entrando a la historia de Sara Luna y Rubem Vallejo, con una estrategia vieja, pero efectiva, el narrador plantea el pacto narrativo con el lector a partir del principio de verdad: “Y así fue como supe, a través de su pequeño procesador de palabras, la historia que voy a relatarles.” (Manrique, 2005, 91). La trama presentada desde este narrador omnisciente es sencilla: nos van a revelar el posible “crimen motivado por los celos”. Con humor negro, con alusiones a la cultura popular, con estructura de novela rosa nos enteramos del suceso: a Sara Luna se la disputan Rubem (Carpintero) y Ancízar (Electricista), gana el que ella elija primero para bailar ese día, 31 de diciembre; Rubem salió victorioso y también muerto “había sido otro simple y desafortunado accidente” (Manrique, 2005, 90).
Finalmente, el cuento “El condón: instrucciones de uso”, nos recuerdan inevitablemente los cronopios de Cortazar y sin embargo, nada más opuesto por el carácter denotativo de la instrucción y más cercano por la tensión global del relato. La historia de María y Pedro es refrescante, por la sencillez, las cosas que le pasan a cualquier par de adolescentes que descubren la sexualidad. El mundo de los jóvenes corrientes, no el de las minorías marginales, porque ya está excesivo ese recurso de contar las historias de los sicarios –sicarias-, bandoleros, asesinos, y demás extremos marginales. Sólo el mundo de los jóvenes humildes, el colegio, la cuadra, los amores, los desencantos porque casi siempre los adolescentes de cualquier clase adolecen, carecen, se duelen, andan dolidos y esas cuitas simples son también de una tremenda actualidad.
Este recuento no tan breve de La mirada enferma es producto de mi lectura estrábica, mucho cuidado con dejarse llevar por mi distorsión, es mejor aceptarla como una provocación primera para una lectura futura no tan crédula.Para terminar una reiteración final, hay en la narración de cada una de los cuentos un dominio del oficio, una clara intención por recurrir a la tradición más que a la ruptura en la forma, volver a narrar historias, pero de este presente que no deja de asombrarnos (violentarnos, desencantarnos, divertirnos, endurecernos); sin recurrir a los artificios de la técnica cinematográfica que logran hacerme sentir que estoy leyendo un guión; o a las historias violentas, extremas del mundo marginal; no nada de eso, sólo el juego de las palabras en busca de un realismo crudo que contiene la vida ordinaria de personas ordinarias vistas con la dulce ironía de la mirada enferma. “Repetimos todos los días una serie de actos mecánicos, estúpidos, así hasta vernos morir llenos de una absurda felicidad que sólo está en la cabeza. Seguramente el cerebro tiene que ver con todo esto. La vida está llena de artimañas, de enredos, para evitar que uno caiga en un estado improductivo, marginal, aburrido.” (Manrique, 2005, 44).
Alejandro apenas entiende que su papá era un romántico, pero ya tiene en su biblioteca privada un libro de su padre.Manrique publicó por su cuenta su primer libro de cuentos el año anterior, desde cuando se dio cuenta que escribir historias era “chévere”. “La mirada enferma” es una compilación de 7 cuentos. La edición en 500 ejemplares le significó al escritor $12 millones de pesos y afirma que hay que “mostrar para que un escritor cuaje”. En 1987 formó parte del Taller de Escritores Universidad Central, demostrando desde muy joven su inquietud por las letras. Tiene claro que la literatura comprende a los editoriales, los escritores, los eventos, pero que el secreto es la disciplina y la constancia.Justamente, en el pequeño estudio donde dedica sus horas a una novela, a varios cuentos, y a su trabajo; tiene pegado con cinta pegante en la pared, un horario que resalta con colores sus actividades diarias, donde reparte sus clases en la Universidad Externado de Colombia, las actividades familiares y su compromiso como escritor dedicado y perseverante.
Tiene dentro de un cajón desde hace mucho tiempo un libro de poesía listo para publicar.Como creador de historias, Manrique afirma que desmitificó que la literatura es una expresión elevada del espíritu; considera que como escritor no hay un misterio oculto que nos se pueda aprender; sus personajes se crean de una mezcla de características de muchas personas que conoce y dice que no son estereotipos.Afirma que se inclina por lo que conoce y que cada escritor tiene una concepción muy personal del mundo, reconoce que las historias están en todas partes, y asegura que un escritor es aquel que escribe y que este oficio es una labor solitaria.Manrique esta buscando escribir algo “chévere” y está en la búsqueda. Escribe para los lectores porque considera que hay que decir algo, pero no es pretencioso.Regresa de la habitación de Alejandro y le acerca unos juguetes, los pone con cuidado sobre el sofá para el niño de la sonrisa eterna juegue y remata: “Hay una madurez que llega. Ahora todo va poco a poco”.
_______________________________
Manrique Ochoa Miguel Ángel. (2005). La mirada enferma. Bogotá: Taller de Edición
Cuando Miguel Ángel quiere vestirse de Caribe, no le queda más que hacer del morrión celada, se monta en su pantalón rojo, sale a la lluvia y empieza su travesía de andante caballero de las palabras, con los estudiantes, con los amigos, con la escritura. Este ejercicio de narrador le viene de tiempo atrás, de sus años mozos, de su tiempo en la Universidad Nacional -cuando le enseñaban la omnisapiente rigurosidad del “crítico”-, de la época de la “conciencia del ser latinoamericano” por aquello de ser “Sudaca” en Barcelona, de su educación sentimental, de su actual condición amorosa; en fin, nació con la mirada estrábica hace 39 años en El Carmen de Bolívar y desde entonces no ha hecho otra cosa que ver el mundo a través de la literatura. A los 20 años se inscribió en el Taller de Escritores de la Universidad Central, ya lo tenía más que claro ¡Iba a ser escritor! Luego se fue a probar el mundo, llegó sólo hasta el Viejo y regresó cargado de historias. Actualmente le hace trampas no a la fe sino a la Academia, a las montañas de Gabriela, a la fotosíntesis de Alejandro, a los impulsos dionisiacos de los amigos y escribe para tejer relatos como estos de La mirada enferma.La lección de Flaubert: “Saber escribir lo mediocre” ha sido bien asimilada por Miguel Ángel para descubrirnos con las palabras lo excepcional en lo ordinario.
En su texto encontramos una narración limpia, sin artificios de la técnica, sin que se evidencie el oficio del escritor, sin que los juegos con las formas de la narración se sientan como recursos formales, logrando que la historia prevalezca por encima del andamiaje de las palabras. Este libro es heredero, palimpsesto, de otro conjunto de narraciones presentados por Miguel bajo el mismo título al Premio Nacional de Cuento en 1998. Aunque fue seleccionado como finalista, de ese conjunto en la presente edición sólo han sobrevivido corregidos “La mirada enferma”, “La canción del consumo”, “El condón: instrucciones de uso”. De ese mismo periodo, cuando con la fe de carbonero enviaba sus textos a los concursos es Confesiones de un mutante; libro de cuentos que obtuvo Mención de Honor en el Premio Nacional de cuento Ciudad de Bogotá en 2002.
Entonces, La mirada enferma en la versión actual es la primera edición, sin ser y siendo “opera prima” de este temprano contador de historias. La mirada enferma recoge 7 cuentos largos -algunos con aspiraciones de novela corta, pero cuyo autor supo contener en el relato breve- que dialogan en torno a la condición humana, pero sobre todo al hombre y la mujer del común, “just the ordinary people”.Como lectora crédula he buscado que los textos narrativos obren la magia de trasportarme al mundo ficcional que se me ofrece, que el pacto ficcional tácito sea cumplido por las dos partes, sin que ninguno de los dos viole los límites de lo verosímil en ese mundo compartido. Hoy en día muchos narradores nos dan a los lectores en exceso, “nos ubican en contexto” – ha de ser por aquello de “saber hacer en contexto”-, yo creo que nos consideran lectores pasivos, lectores perezosos, en el mejor de los casos videolectores, en el peor ignorantes; y, para estar seguros de que la intención estética es clara para nosotros, ellos nos lo presentan todo, nos lo explican todo, no guardan silencio para que completemos el sentido, se borra la ambigüedad, por ello, no dejan vacíos para que los sentidos se bifurquen. Miguel Ángel no suele caer en el exceso informativo, salvo un poco en el cuento “La mirada enferma”, del cual hablaré luego; al contrario, nos va construyendo la historia de tal forma que cuando llegamos al clímax del relato quedamos con la agridulce sensación del hara kiri involuntario al que nos ha llevado el narrador.“La claraboya” es el relato en primera persona de un hombre al que han secuestrado por error “Lo único que hice a lo largo de mis treinta y cinco años fue trabajar como un burro, ahorrar como una vieja avara e invertir guiado por los consejos de mi profesor de finanzas de la universidad.” (Manrique, 2005, pp.11-12). El tiempo de la narración es el presente de la historia.
Asistimos, pues casi a un monólogo, más cercano al discurrir de la conciencia del personaje en torno a los dos años de cautiverio, sus condiciones de vida, su aislamiento, sus temores, sus añoranzas, sus soliloquios; al final, la salida del hueco, de la claraboya, aún no entiendo a qué ¿a morir? ¿A la libertad? ¿A un nuevo cautiverio? En el segundo cuento, “Taxi”, el juego es entre la primera y la tercera persona en la narración. La primera persona nos deja conocer lo que piensa el personaje principal, la tercera nos lleva a través de las situaciones y los diálogos. Parece una narración clásica, de la tradicional en el siglo XIX y, sin embargo, nos imbuimos en un entramado policiaco con un final de relato negro ¿la historia? Uno de los tantos paseos millonarios nocturnos en Bogotá. El tercer cuento, “La mirada enferma” trae consigo una interesante teoría literaria de un profesor que ha perdido la creencia en la literatura y sólo le queda la amargura “-Es como ver las cosas en un espejo roto ¿Alguna vez se han visto la cara en uno?, pues deberían hacerlo, porque no sólo van a verla graciosa sino destruida, deforme.” (Manrique, 2005, pp. 45); “Ah, los humanistas, jóvenes, los humanistas, como Sastre y tantos otros enfermos, se dedican a distorsionar la realidad.” (Manrique, 2005, pp.46). Todo el cuento es un delicioso hara Kiri en mi condición de profesora de literatura que linda entre la mirada estrábica y el desencanto; no obstante es en este mismo en donde me siento incómoda, el pacto narrativo se ha roto en la página 36, cuando me explica demás y me saca del relato ¿para qué tanto énfasis en la aclaración de lo que un colegio de garaje es?Aunque en los relatos anteriores el amor se ha hecho presente de alguna manera, los cuatro cuentos siguientes giran en torno a historias que más parecen desencuentros amorosos: “en este mundo en este tiempo”, las tragedias amorosas de los ordinary people. En el cuarto relato “Canción del consumo”, el cuento adquiere un cierto tono intimista en el estilo indirecto libre que le permite al narrador ir y venir entre el personaje central, los diálogos y la tercera persona. El cuento es un hermoso y desgarrador homenaje a la imagen: al cine, a la televisión, a las tiras cómicas, a las series norteamericanas, en fin, al consumo, pero también es un juego con la cotidianidad amorosa, un desnudamiento de la convivencia, un ver con el espejo roto la vida en pareja, una iluminación del día a día que va ensanchando un abismo entre dos que insisten en estar juntos ¿Por costumbre? En el quinto cuento me he detenido con especial divertimento, “Mozambique” es un sardónico relato de la vida de uno de los tantos poetas empíricos de nuestro país –Alguien lisonjero dijo que “Colombia era un país de poetas”, desde entonces y siempre han pululado los poetas “primitivos” en las esquinas, en las calles, en los cafés, en las escuelas, en nuestras casas…-; este cuento es definitivamente una negra versión quijotesca del poeta “natural”; parodia divertida y juguetona aún en el apellido: Ochoa de Miguel, Otxoa de Virgilio. Entre el amor a Lisi, el exceso de Neruda y una dosis exagerada de Marihuana, Virgilio Otxoa buscó a Mozambique y encontró su obra Veinte poemas desesperados y otra canción de amor.Igual de sardónico se me acoge el sexto cuento “Click”. Como una novela de la radio o de la televisión, como un bolero de Daniel Santos, como una balada romántica de Mary Trini, vamos entrando a la historia de Sara Luna y Rubem Vallejo, con una estrategia vieja, pero efectiva, el narrador plantea el pacto narrativo con el lector a partir del principio de verdad: “Y así fue como supe, a través de su pequeño procesador de palabras, la historia que voy a relatarles.” (Manrique, 2005, 91). La trama presentada desde este narrador omnisciente es sencilla: nos van a revelar el posible “crimen motivado por los celos”. Con humor negro, con alusiones a la cultura popular, con estructura de novela rosa nos enteramos del suceso: a Sara Luna se la disputan Rubem (Carpintero) y Ancízar (Electricista), gana el que ella elija primero para bailar ese día, 31 de diciembre; Rubem salió victorioso y también muerto “había sido otro simple y desafortunado accidente” (Manrique, 2005, 90).
Finalmente, el cuento “El condón: instrucciones de uso”, nos recuerdan inevitablemente los cronopios de Cortazar y sin embargo, nada más opuesto por el carácter denotativo de la instrucción y más cercano por la tensión global del relato. La historia de María y Pedro es refrescante, por la sencillez, las cosas que le pasan a cualquier par de adolescentes que descubren la sexualidad. El mundo de los jóvenes corrientes, no el de las minorías marginales, porque ya está excesivo ese recurso de contar las historias de los sicarios –sicarias-, bandoleros, asesinos, y demás extremos marginales. Sólo el mundo de los jóvenes humildes, el colegio, la cuadra, los amores, los desencantos porque casi siempre los adolescentes de cualquier clase adolecen, carecen, se duelen, andan dolidos y esas cuitas simples son también de una tremenda actualidad.
Este recuento no tan breve de La mirada enferma es producto de mi lectura estrábica, mucho cuidado con dejarse llevar por mi distorsión, es mejor aceptarla como una provocación primera para una lectura futura no tan crédula.Para terminar una reiteración final, hay en la narración de cada una de los cuentos un dominio del oficio, una clara intención por recurrir a la tradición más que a la ruptura en la forma, volver a narrar historias, pero de este presente que no deja de asombrarnos (violentarnos, desencantarnos, divertirnos, endurecernos); sin recurrir a los artificios de la técnica cinematográfica que logran hacerme sentir que estoy leyendo un guión; o a las historias violentas, extremas del mundo marginal; no nada de eso, sólo el juego de las palabras en busca de un realismo crudo que contiene la vida ordinaria de personas ordinarias vistas con la dulce ironía de la mirada enferma. “Repetimos todos los días una serie de actos mecánicos, estúpidos, así hasta vernos morir llenos de una absurda felicidad que sólo está en la cabeza. Seguramente el cerebro tiene que ver con todo esto. La vida está llena de artimañas, de enredos, para evitar que uno caiga en un estado improductivo, marginal, aburrido.” (Manrique, 2005, 44).